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Trabajadoras del hogar en la encrucijada de la discriminación

[en los margenes] Explorando situaciones de marginación en la sociedad peruana contemporánea

Leda M. Pérez

Publicado: 2016-11-02

Hace pocos años –por ordenanzas de la junta directiva del edificio en el que vivimos en Miraflores– a la señora que trabaja en mi casa se le negó la entrada por la puerta principal. Cuando ella me comentó esto, junto con ella hicimos un escándalo del caso. Insistimos que ella no entraría al edificio por ninguna otra puerta que no fuera la principal, y así ha sido hasta el día de hoy. Sin embargo, no es tan claro que las otras trabajadoras del hogar de mi residencial hacen lo mismo, bien por la posición de sus propios empleadores, o porque ellas mismas no quieren hacer ruido sobre el tema. Pese a que esta es una práctica abiertamente discriminatoria, así como lo son ascensores separados en otros edificios; o la continua práctica en algunos hogares de reservar platos, vasos y utensilios diferentes para las trabajadoras domésticas u otra comida para su consumo -estas últimas dos cosas siendo tema de quejas amargas en mis entrevistas actuales con ellas- este sigue siendo la naturaleza de este sector en el Perú: un trato diferenciado, discriminatorio, explotador y básicamente racista.  

En torno a su investigación sobre el tema en el Perú, Schellekens y Van der Schoot escribieron en 1989: “La existencia de una mano de obra barata libera a las clases altas y medias de trabajo doméstico; no tienen que hacer provisiones colectivas costosas y pueden usar sus ahorros en otras formas” (303). De hecho, como ha argüido posteriormente Blofield (2012), este sector laboral subsidia así al Estado por proveer un servicio barato, a su vez llenando los vacíos de apoyo que éste no provee a la población en su conjunto. Si bien concuerdo con los análisis de Schellekens y Van der Schoot y Blofield, adicionalmente creo que con pocas –si algunas– protecciones para trabajadoras domésticas, ellas mismas en realidad terminan subsidiando a varios a la vez: otras clases sociales; el Estado; y hasta sus propias familias (Pérez y Llanos, en prensa). La pregunta es, ¿por qué es que el precio del progreso de otras y otros recae tan injustamente sobre los hombros de esta población de mujeres?

Considero que una de las razones por la cual este sector laboral es tan vulnerable en el Perú y, por tanto, altamente explotable por otros, es porque es discriminado y descontado sobre la base de la interseccionalidad de al menos tres condiciones: género, origen étnico o estatus migratorio y clase social (Pérez y Llanos, en prensa). Dos muestras claras de la discriminación se pueden observar en las pocas oportunidades disponibles para ellas en sus propias comunidades de origen y en algunos de los tratos denigrantes que reciben a manos de sus empleadores. Asimismo, contrario a la teoría del capital humano que arguye que existe una correlación entre años de educación formal y la posibilidad de mayores ingresos (Mincer 1958), esto no aplica para estas trabajadoras como he señalado en mi anterior post.

Trabajadoras domésticas con estudios secundarios completos aún reciben un ingreso mensual que es menos del que perciben todas las otras ocupaciones de la población económicamente activa (Pérez y Llanos, en prensa). El trabajo académico apoya este hallazgo. Cutuli y Pérez (2011) encontraron que credenciales educacionales no son consideradas por empleadores particularmente cuando hay dos condiciones presentes: ser mujer y ser migrante. Asimismo, según Pratt (1999), el discurso estigmatizado basado en raza o etnicidad contribuye a la resistencia de empleadores de reconocer las credenciales educacionales de las trabajadoras de este sector (Pérez y Llanos, en prensa).

Aquí la teoría sobre la interseccionalidad puede dar algunas luces para ayudar a explicar esta situación. Término acuñado por Kimberlé Crenshaw en 1989 para resaltar la situación única y multidimensional de las experiencias de mujeres afroamericanas en Estados Unidos, ella notó que las “mujeres ‘racializadas’ frecuentemente se encuentran en una posición en la cual el racismo o xenofobia, clase y género se encuentran. Como consecuencia, son susceptibles de ser afectadas por el intenso flujo en estos caminos” (2002: 177). La investigación más reciente de Bernardino-Costa (2014) también utiliza el concepto de la interseccionalidad, analizando la intersección de raza, clase y género en dos relaciones de poder distintas en Brasil. Un caso examina cómo la raza, clase y género combinan en los hogares que emplean a trabajadoras domésticas, sirviendo para oprimirlas y restarles poder. En otro caso observa el poder movilizador y empoderado de la misma intersección de condiciones en el contexto de su organización política. Por tanto, la conclusión de este análisis es que el espacio físico y el contexto de la intersección de estas condiciones bien pueden crear un sentir de marginación –como aquel descrito en el trabajo en hogares privados– o una sensación de empoderamiento a raíz la membresía en un sindicato y la lucha colectiva del mismo (Bernardino-Costa 2014; Pérez y Llanos, en prensa).

Considerando que en el Perú el trabajo doméstico en casas privadas no es regulado, la primera situación analizada por Bernardino-Costa sucede con alta frecuencia y aquí, como he argüido anteriormente, el Estado debería hacer ajustes legales y regulatorios para asegurar una mejor protección del sector. Sin embargo, al mismo tiempo se cuenta en el Perú con al menos dos sindicatos de trabajadoras del hogar quienes han luchado durante décadas por su reconocimiento como iguales y sus derechos, y quienes actualmente claman en torno a la muy necesitada modificatoria de la Ley 27896 (Ley de las y los Trabajadoras del Hogar) así como la ratificación del Convenio 189 de la OIT en torno a trabajo decente para trabajadoras domésticas. Las compañeras de los sindicatos saben en qué consiste la intersección de condiciones que las han marginado durante siglos. Como comentaban en una reunión reciente a la cual tuve el agrado de asistir: “Nosotras (los sindicatos) desde afuera y ustedes (los congresistas dispuestos a apoyar los cambios legales) desde adentro”. Aquí jamás veremos el cambio sin esta ecuación: las trabajadoras empoderadas y un Estado dispuesto a asegurarles sus derechos como a cualquier otro ciudadano.

Referencias:

Bernardino-Costa, J. (2014). “Intersectionality and female domestic workers´ unions in Brazil.” Women´s Studies International Forum 76, 72-80. 

Blofield, M. (2012). Care Work and Class: Domestic Workers’ Struggle for Equal Rights in  Latin America. University Park, PA: The Pennsylvania State University.

Crenshaw, K. (1989).  “Demarginalizing the Intersection of Race and Sex: A Black Feminist Critique of Antidiscrimination Doctrine, Feminist Theory, and Antiracist Politics.”  University of Chicago Legal Forum.  

Cutuli, R. & Pérez, I. (2011). "Trabajo, género y desigualdad. El caso de las empleadas domésticas en Mar del Plata 2010-2011". Buenos Aires: Ministerio de Trabajo.

Mincer, J. (1958). “Investment in human capital and personal income distribution”. The Journal of Political Economy, 281-302. 

Pérez, L.M. & Llanos, P.M. (en prensa). "Vulnerable Women in a Thriving Country: An Analysis of Twenty-First Century Domestic Workers in Peru  and Recommendations for Future Research." Latin American Research Review.

Pratt, G. (1999). “From Registered Nurse to Registered Nanny: Discursive Geographies of  Filipina Domestic Workers in Vancouver, BC”. Economic Geography, 75(3),  215-236. 

Schellekens, T. & Van der Schoot, A. (1989).  “Household Workers in Peru: The Difficult Road to Organization.”  Muchachas No More: Household Workers in Latin America and the  Caribbean. In Chaney, Elsa and Mary García Castor (Eds.).  Philadelphia: Temple University Press, 291-305. 


Escrito por

ledaperez

Investigadora Afiliada al Centro de Investigación de la Universidad del Pacífico [CIUP]


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